Dr. Francisco Valdez, IRD, UMR 208 PALOS; (convenio IRD/INPC Ecuador) .
Introducción:
El valor de los bienes arqueológicos, muebles e inmuebles, no suele ser objeto de discusión en los medios que pretenden ser cultos, pues se considera que estos son ante todo testimonios de la historia humana, que deben ser investigados, preservados y difundidos ante la comunidad. Sin embargo, en la práctica esta noción del valor de la arqueología resulta ser únicamente un referente retórico que no tiene raíces reales en la ley, en la academia, o peor aún en el pueblo. Desafortunadamente, el valor de la arqueología en el Ecuador se ha convertido en sinónimo de lucro económico, directo o indirecto. En el imaginario del pueblo la arqueología se asocia a “huacas” o tesoros escondidos; para los profesionales de la disciplina ésta es sinónimo de contratos jugosos, y para la ley, el recurso patrimonial está a punto de convertirse en una más de las “industrias culturales”, que debe dar réditos económicos a sus impulsores y, porque no también, a la comunidad. En la práctica hay poca diferencia, entre negociar con colecciones arqueológicas, gestionar contratos de arqueología de salvamento, o ir a “sacar infieles” para vender sus riquezas. En todos los casos, el interés de los actores no es precisamente exponer, preservar y difundir los rasgos socioculturales de la historia que no quedó escrita. A pesar de la áurea “noble y culta” que envuelve al manejo de los bienes del pasado, en la actualidad estos son sólo un recurso más, que debe ser explotado para el beneficio individual o colectivo. Las implicaciones históricas o la responsabilidad social que éstas conllevan han pasado a segundo, o a tercer, plano. Lo único que importa es poner el recurso al servicio de sus gestores.
Si resulta difícil hacer pasar este mensaje en el medio urbano y occidentalizado de los centros administrativos del país, parecería quimérico abordarlo en el medio rural y marginado que constituye el resto del Ecuador. Sin embargo, ese es el reto y la primera responsabilidad del investigador que debe hacer oír su voz, como el profeta que grita en el desierto. En este trabajo se discuten de las realidades que entornan a los vestigios arqueológicos encontrados en el cantón Palanda. Se pretende enfocar el verdadero valor y la importancia que deben tener los recursos patrimoniales en la mentalidad de todos los actores involucrados. Se trata de la noción de lo que es el uso social de la arqueología dentro del contexto de una comunidad marginal que descubre en un medio selvático las “huellas cultas” de sus antecesores amazónicos. Se replantea sin demagogia lo que debe ser la Arqueología Social y cual es la responsabilidad del arqueólogo frente a la comunidad.
Geografía física y humana del cantón Palanda
Palanda es uno de los nueve cantones de la provincia de Zamora Chinchipe, se ubica en los flancos sur orientales de la cordillera Real de los Andes (Fig.1). Limita por el occidente con la parte suroriental de la provincia de Loja y por el oriente con la República del Perú. Su orografía es muy accidentada por la presencia de cinco sierras paralelas que bajan de norte a sur, formando valles estrechos y empinados. Por éstos corren los arroyos y ríos que se engrosan el caudal de las aguas que progresivamente se juntan para formar el sistema hídrico conocido como Mayo Chinchipe, que drena sus aguas en el río Marañón. Desde el punto de vista ecológico, el cantón se ubica dentro de la biota conocida como ceja de montaña, esto es una zona de transición entre el altiplano andino (2800 msnm) y las tierras bajas del pie de monte de la cuenca amazónica (600 a 400 msnm). La catalogación técnica es de bosque tropical muy húmedo, con precipitaciones que oscilan entre los 2000 y los 3000mm anuales. Estas zonas de transición se caracterizan por tener uno de los índices más altos de biodiversidad de todo el planeta. El endemismo propio a cada nivel actitudinal, encierra una gran cantidad de variedades de plantas, aves y mamíferos medianos a pequeños. Las interacciones bióticas que se dan entre las distintas zonas tienden a multiplicar las especies dentro de ambientes cálidos y húmedos.
En la actualidad, el cantón cuenta con el I. Consejo Municipal compuesto por un edil y 6 concejales, que forman 5 comisiones permanentes de trabajo en las áreas de Planificación, Urbanismo y Obras Públicas, Servicios Públicos, Servicios Financieros, Servicios Económicos y Servicios Sociales. Como todas las entidades estatales cuenta ya con un portal electrónico, que puede ser consultado en Internet en la dirección http://www.municipiopalanda.gov.ec
Palanda tiene una población (residente y flotante) de alrededor de 8000 habitantes, repartida entre zonas urbanas y zonas rurales. La cabecera cantonal, Palanda, reúne aproximadamente la mitad de los habitantes, el resto se reparte entre las 4 parroquias rurales: Valladolid, El Porvenir del Carmen, San Francisco del Vergel y La Canela. Las principales actividades económicas del cantón son la agricultura y la ganadería (que reagrupa a más del 70% de la población), el resto se dedica invariablemente al comercio, servicios públicos (salud, educación, obras viales, etc.) y, en los últimos años, a la construcción. Como en la mayor parte del país, la población joven (menor de 25 años) compone más del 65% del total. Entre la población adulta, el nivel general de instrucción es primaria, con un repunte importante en el nivel de educación secundaria, en la última generación de jóvenes (un 25 % de la población). En el cantón existen 59 centros educativos de instrucción inicial, primaria básica y secundaria, repartidos en las áreas urbanas (24) y rurales (35). Muy pocos son los habitantes que han tenido la oportunidad de cursar por las universidades, pero la educación a distancia tiende a llenar paulatinamente este vacío, entre una pequeña porción de la población que oscila entre los 18 / 30 años de edad. En lo que se refiere a salud pública, el cantón cuenta con un dispensario médico en la cabecera cantonal y puestos de salud en algunas parroquias rurales. El número de médicos y enfermeras tituladas (incluyendo auxiliares) no sobrepasa las 15 personas para la totalidad del cantón, y éstas se encuentran sobre todo radicadas en las zonas urbanas (cabeceras cantonal o parroquiales)1. La afiliación a las diversas modalidades de seguro social (urbano o campesino) es naturalmente muy limitada y el acceso a niveles superiores de atención médica gratuita es casi inexistente. Al igual que en muchas localidades rurales del país, el cantón cuenta con un número importante de “brujos”, yerberos, curanderos, parteras y sobadores que ofician indistintamente en los centros urbanos en las parroquias rurales.
La descripción del paisaje cultural del cantón Palanda no estaría completa sino se mencionaría el hecho de que la transformación del medio ambiente natural ha sido radical en los últimos 50 años. La mayor parte de los bosques primarios y secundarios, que tradicionalmente cubrían las estribaciones orientales de la cordillera, han sido talados y en muchos casos transformados en zonas muy inclinadas de matorral, de pastizales, o de huertas familiares de cultivo (invernas) de extensiones variables. Por lo general, los relictos de bosque cubren las zonas elevadas, muy empinadas, el contorno de las quebradas que van desde las alturas y algunas vegas próximas al cauce de los ríos. Una buena parte del territorio se encuentra entonces transformada en terrenos proclives a la erosión y a los eventuales deslaves que provocan las precipitaciones continuas que caracterizan a este medio.
La vialidad y los sistemas de comunicación son bastante precarios a lo largo de todo el territorio. Desde fines de la década de los ochentas existe un pista carrozable que baja desde Yangana (Loja) hacia la frontera. Esta vía corta y cruza la cordillera a través del parque nacional Podocarpus, para luego bajar por las estribaciones altamente inclinadas, conectando las poblaciones de Valladolid, Palanda, Zumba, El Chorro, Pucapamba y La Balsa. En esta última localidad se ubica el puente internacional que cruza el río Canchis y constituye la frontera con el Perú. La vía forma parte del denominado “IV Eje Vial”, que une la Amazonía con la costa del Pacífico. En los últimos 10 años municipio del cantón Palanda, se ha empeñado en la construcción varias vías secundarias que comunican las parroquias rurales ubicadas hacia el este de la cabecera cantonal. En este esfuerzo, y con el paso de la vía, se han deforestado miles de hectáreas de selva natural, pues por los caminos del progreso salen todas las especies de madera fina que guardaban por milenios los bosques de Chinchipe. Hasta hace un par de años, Palanda contaba con una sola línea telefónica (la del municipio) que, a determinadas horas, servía las necesidades de comunicación de toda la población. No obstante, el siglo XXI está entrando a pasos agigantados en la Amazonía ecuatoriana y, desde fines del 2007, la telefonía celular ha invadido la vida de todos sus habitantes. En el presente año se han abierto inclusive dos puntos de acceso público a Internet, que funcionan intermitentemente, gracias a la conexión satelital y la telefonía celular. Evidentemente nada de esto sería posible sin que toda la zona sur de la provincia de Zamora esté interconectada a la red eléctrica nacional. Este servicio es generalizado en toda la región desde la década de los años noventa. En conclusión, se puede decir que la comunidad campesina que compone la mayor parte del cantón Palanda se encuentra en condiciones marginales de salud, educación, y en general de acceso a la mayor parte de los servicios públicos que debe brindar el Estado. Esta situación es particularmente perceptible con relación a los principales centros de desarrollo socioeconómico del país, incluyendo la ciudad de Loja, que es el centro urbano más importante de su entorno (120 Km., o cuatro horas de distancia en transporte público).
Recursos patrimoniales arqueológicos de Palanda
Al igual que en casi todo el territorio de la república del Ecuador, en este medio existe una cantidad apreciable de recursos patrimoniales, tanto naturales como culturales, que pueden y deben ser aprovechados racionalmente por la población. En el campo arqueológico, las investigaciones realizadas desde mediados del año 2001, por el equipo de arqueólogos del convenio IRD / INPC, han puesto en evidencia más de 50 antiguos paraderos, que se caracterizan por la transformación antropogénica del espacio y los restos culturales visibles en superficie o enterrados en el subsuelo (Fig. 2) (Valdez, 2007a). La gran mayoría de estos pertenece a la última etapa de ocupación precolombina de la región. Ésta ha sido asociada a los denominados pueblos Bracamoros, de filiación lingüística Jíbaro y que son los antecesores directos de las poblaciones Shuaras, que ocupaban antiguamente todo este territorio (Taylor, 1988:77-91; Valdez, 2007a). La mayor parte de estos paraderos arqueológicos se ubican en todos los niveles altitudinales de los valles fluviales que caracteriza a la ceja de montaña. Aparecen en el perfil de los cerros como pequeñas terrazas escalonadas. Por lo general se trata de superficies de entre 20 y 100 m2, antiguamente niveladas por el hombre, donde se aprecia la presencia de vestigios cerámicos de tradición corrugada, batanes o piedras de molienda, hachas líticas, e inclusive algún resto de pirca (muro de piedra seca). Los fechamientos obtenidos de estos contextos los ubican entre el año 900 AD e inicios del siglo XX. Esta transformación del espacio refleja un patrón de asentamiento disperso a través de la geografía inclinada de las estribaciones orientales de los Andes. Como complemento de este modelo generalizado, aparecen a menudo en las alturas, abrigos rocosos o pequeñas grutas que fueron utilizadas como antiguos depósitos funerarios. La población moderna los denomina “cuevas de los gentiles” y en ellas aparecen restos óseos humanos, acompañados a veces por recipientes cerámicos fragmentados. La gran mayoría de estos depósitos han sido visitados y removidos por buscadores de tesoros que no han encontrado más que huesos en mal estado de conservación.
La prospección arqueológica efectuada en la cuenca del Chinchipe reveló igualmente la presencia de varios asentamientos con evidencias cerámicas de una época anterior, que al principio estuvo mal definida. La alfarería contrastaba marcadamente con los materiales corrugados, siendo la nueva tradición más ligera, por sus paredes delgadas, y decorada con motivos geométricos incisos y pintados. Según varios informantes locales, ésta cerámica fina aparecía a menudo en asociación con recipientes de piedra, elegantemente pulidos. En la prospección se habían detectado recipientes líticos en algunas colecciones detentadas por campesinos, que los habían encontrado en sus trabajos agrícolas. La búsqueda de esta asociación llevó al equipo a recorrer las cuencas de los ríos Valladolid, Numbála, Vergel, Sta. Clara, Canela, Palanda, Blanco, Palanuma e Isimanchi, donde se pudo establecer una frecuencia significativa de sitios con la nueva tradición cerámica.
Empero, los hallazgos efectuados en el sitio denominado Santa Ana-La Florida, ubicado a escasos kilómetros de Palanda, permitieron definir perfectamente un complejo cultural. Éste ha sido denominado Mayo Chinchipe y está compuesto por elementos arquitectónicos, materiales cerámicos variados y una industria lítica muy particular, que caracteriza a la ocupación temprana de la región (Valdez et al., 2005). El yacimiento se levanta sobre una terraza fluvial, a orillas del río Valladolid, cubriendo una extensión semi-inclinada de aproximadamente una hectárea. Los trabajos efectuados han revelado una estructuración del espacio, donde predomina una estructura circular de 40 metros de diámetro, en torno de la cual se han expuesto los cimientos de varias estructuras circulares, con diámetros de entre 5 y 9 m (Fig. 3). Los trabajos efectuados sugieren la presencia de una aldea, dotada de una plaza central, que pudo haber tenido la función de un centro de reunión cívico-ceremonial. El extremo oriental del sitio presenta una estructura circular de 12 m de diámetro, que se levanta sobre una terraza artificial. Ésta fue construida sobre las curvas de nivel descendientes sobre el río, para prolongar la planicie general del terreno en este sector. En la actualidad, el filo de la terraza forma, un escarpe inclinado sobre el cauce del río. En el perfil del mismo se puede evidenciar una serie de contrafuertes circulares que sostienen el lado sur-oriental de la planta elevada. La excavación en área del sector demostró que la terraza había sido preparada además como un espacio funerario, muy rico en elementos arquitectónicos simbólicos, enterrados a distintas profundidades (Fig. 4). Detalles de estos rasgos culturales y arquitectónicos han sido descritos con anterioridad, por lo que en este trabajo no se detendrá en enumerarlos (Valdez et al, 2005; Valdez, 2007 a,b,c; 2008 a y b). Baste decir que las evidencias de ceremonialidad, simbolismo y ritualidad que están presentes en los vestigios arquitectónicos, contextos habitacionales y depósitos funerarios abogan por la presencia de una antigua sociedad compleja en la vertiente oriental de los Andes. Varios datos que refuerzan esta eventualidad han sido también discutidos en las referencias mencionadas, pero se las puede resumir recordando algunos de sus principales características:
— La evidencia de una amplia red de interacciones a corta, media y larga distancia se ve sustentada en la presencia de distintas especies de conchas marinas, provenientes de las aguas cálidas del Pacífico, en contextos funerarios. No obstante, la sola presencia física no comprueba nada más que contactos (directos o indirectos) con las poblaciones costeras. Lo que es importante anotar es la participación temprana de esta sociedad, en el pensamiento simbólico que une elementos marinos, como son la díada Strombus / Spondylus, con un culto ideológico dualista relacionado con las fuerzas regeneradoras de la naturaleza.
— La procuración y el uso de elementos exóticos y estratégicos (turquesas, malaquitas, cristal de roca y cuentas de concha marina) para diferenciar y resaltar (jerarquizar) a determinados segmentos de la población.
— Promover y mantener la especialización del trabajo relacionado con la procuración y la transformación de materias primas naturales y artificiales (la piedra, la alfarería, y muy probablemente la textilería) para expresar y materializar conceptos ideológicos propios de la selva tropical húmeda.
— El desarrollo y el uso constante de una iconografía simbólica, que transmitía mensajes socioculturales a un amplio espectro de participantes en una cosmovisión pan-andina.
— Conformar y organizar un espacio cívico ceremonial entorno a una plaza circular, inicialmente hundida, que concentró la atención de la comunidad en determinadas ocasiones.
— El conocimiento, el procesamiento y el uso de plantas como la coca (Erythroxilaceae), la huilca (Anandenanthera sp.) y probablemente el nantem o ayahuasca (Banisteriopsis caapi y Psychotria viridis) para la realización de actividades, colectivas o individuales, relacionadas con la curación, la adivinanza y la búsqueda del contacto e intermediación con las fuerzas de la naturaleza. La rica farmacopea de la selva oriental probablemente no se limitó al uso de plantas sicotrópicas o alucinógenas, sino que incluyó muchos géneros de plantas de usos cotidianos diversos, incluyendo el alimenticio.
— Por último, este grupo selvático dispuso de un sustento energético variado y estable, basado en la agricultura de maíz, del fréjol y probablemente de la yuca. Aunque el medio húmedo y ácido, propio de la ceja de montaña no es propicio para la conservación de restos orgánicos, se ha podido establecer la presencia de estos alimentos vegetales gracias a la conservación de micro y macro restos.
Los contextos excavados han proporcionado una larga serie de fechamientos radiocarbónicos que al ser corregidos y calibrados sitúan la construcción y los distintos episodios de ocupación del sitio entre los años 2945 y 1143 antes de Cristo (BC), o entre el 4895 y el 3093 antes del presente (BP).
El Uso Social de los recursos patrimoniales arqueológicos
La evidencia arqueológica encontrada en el cantón Palanda es desde todo punto de vista única en el contexto de lo que se conocía hasta ahora de la historia antigua de la región amazónica. La importancia de los contextos culturales que reflejan la presencia de una antigua sociedad compleja radica sobre todo en la red de interacciones que mantuvo con pueblos de la costa, sierra y pie de monte de la Amazonía. Esto implica romper con la noción del aislamiento sociocultural en que vivían y viven los pueblos orientales. Los hechos demuestran que antes de la conquista española las relaciones interregionales eran constantes e incidían en el desarrollo sociocultural de toda la región andina.
Los actuales pobladores del cantón Palanda son originarios de familias provenientes de la provincia de Loja, es decir se trata de colonos oriundos de un medio físico muy distinto a la topografía, vegetación y a las condiciones de humedad de la ceja de montaña. En su gran mayoría se trata de gente sin recursos, que salió de distintas poblaciones lojanas a raíz de los graves episodios de sequía que vivió esa provincia desde los años 50. Llegaron como colonos para tratar de instaurar el modo de vida agrícola que habían conocido en su tierra natal. La ganadería y el cultivo de productos serranos eran sus actividades usuales. Al llegar a la selva tropical húmeda se topan con un bosque denso, rico en especies maderables finas que son de inmediato explotadas para conseguir liquidez. Los nuevos pobladores se imponen un modo de vida extractivista, basado en la tala de madera y en la actividad tradicional de todos los colonos que llegan al oriente: la minería artesanal de oro. El contacto con el medio y con los habitantes locales que encuentra les obligan a adaptarse, cambiando su alimentación básica: de papas y cereales pasan a la yuca y al banano. La necesidad y la asimilación les ayudan a instalarse, de manera dispersa, en los terrenos inclinados. Allí cultivan pequeñas huertas familiares y buscan presas de caza para complementar el régimen alimenticio. Con el paso del tiempo, introducen ganado serrano en las parcelas, que poco a poco se han ido deforestando. Una vez instalados, retoman nexos con la sierra y se produce un mestizaje cultural, mediante la cual se introducen animales de cría como aves, cerdos, cuyes y, a veces, hasta ovejas.
En un lapso de 30 años la población colona se ha apropiado de grandes extensiones de tierras, supuestamente baldías, y con ello desplazan a los habitantes originarios (shuaras) hacia zonas de refugio en la selva profunda (jiberías). Las estribaciones orientales ceden los bosques milenarios a pastizales inclinados, donde la erosión empobrece los suelos. Miles de hectáreas se ven así transformadas en prados inestables y en terrenos de cultivo de maíz, yuca y plátano. La falta de comunicaciones mantiene a estas poblaciones en un régimen de autarquía. Para mediados de la década de los 90, caminos de herradura ingresan progresivamente a varias localidades, con ello se refuerza antiguos pueblos con la concentración de poblaciones campesinas que tienen sus fincas en los alrededores. Si bien las condiciones de vida han mejorado para muchos de ellos, los colonos siguen siendo una población marginal con relación a la dinámica de economía nacional. Los caminos facilitan la llegada de nuevas familias de origen serrano y la transformación del medio descrito se multiplica. El mejoramiento de los medios de comunicación: radio, televisión, telefonía celular integra marginalmente las poblaciones a la vida nacional. Con el contacto abierto hacia la quimera del modo de vida occidental, la nueva juventud entra aceleradamente al siglo XXI. Con la falta de oportunidades y la carencia de tierras baldías, la migración es otra vez una alternativa, pero esta vez con destinos muy lejanos (España, Estados Unidos, etc.).
En este contexto no hay una noción de lo que son los recursos patrimoniales, los naturales son vistos como recursos de libre extracción y los culturales, cuando se reconocen, son tomados de dos maneras. Los intangibles se transforman paulatinamente y se mantienen, ya que son vistos como una reminiscencia afectiva con su tierra originaria. Las fiestas religiosas, la música, los bailes populares, la gastronomía tradicional lojana son vistas con orgullo por la generación de los mayores. Desafortunadamente no sucede lo mismo con los recursos culturales tangibles: la arquitectura tradicional o los vestigios arqueológicos. Desde la colonia, en la sociedad criolla existe la noción y la tradición de asociar las “huacas” con tesoros escondidos, generalmente compuestos por metales preciosos. Enraizada en la población campesina está la idea de que los aborígenes se enterraban con riquezas que estaban destinadas a los afortunados descubridores de las huacas. Prácticamente en ninguna región del país hay un vínculo real y respetuoso entre las poblaciones actuales y los pueblos aborígenes. Inclusive en las comunidades indígenas, el arraigo se limita a la posesión de la tierra y al uso de los recursos naturales, pero no hay un sentimiento de vínculo ancestral respetuoso hacia los bienes arqueológicos. La noción sagrada de la palabra huaca desapareció probablemente con extirpación de idolatrías y ahora sólo ha quedado la noción de tesoro o riquezas escondidas. Un ejemplo claro de esto fue la expoliación masiva de un cementerio aborigen en la población indígena de Alacao en Chimborazo. Otro ejemplo grosero, es la venta de objetos arqueológicos encontrados por los comuneros en la zona de Ingapirca.
Evidentemente, en zonas como Palanda, donde no hay un vínculo ancestral entre los pobladores actuales y la tierra, no se puede esperar que haya ningún tipo de reconocimiento por los valores ancestrales, sean éstos aborígenes o coloniales. En todos los casos, la noción de “entierros” o de vestigios arqueológicos está inmediatamente asociada a la posibilidad de un encuentro muy lucrativo en términos económicos. El valor cultural (histórico o inclusive estético) no interviene y el descubridor de un objeto inmediatamente busca el tesoro que debe estar escondido en el bien, o en el lugar en donde se ha producido el hallazgo. Así por ejemplo, es frecuente encontrar vestigios arquitectónicos precolombinos destruidos por buscadores de tesoros, o recipientes cerámicos o de piedra que han sido quebrados para encontrar el oro que supuestamente se esconde en su interior.
Estas realidades han sido también la práctica cotidiana en el cantón Palanda, donde no se dudó en ir corporativamente al yacimiento arqueológico encontrado en octubre del 2002, para explotarlo como una mina abierta de metales preciosos. Ante la vista y paciencia de las autoridades, que estaban ya advertidas del carácter arqueológico del paradero, en agosto del año 2003, una treintena de personas oriundas de la cabecera cantonal, encabezadas por uno o dos dirigentes, destruyeron y saquearon más de 50 m• del y arquitectónico Santa Ana -La Florida. Su decepción fue grande luego de tres semanas de “duro trabajo” que no reportó ni una sola pinta de oro. Los dirigentes recuperaron algunos objetos arqueológicos que fueron comercializados de inmediato en Quito y Guayaquil. A la comunidad le quedó el sabor amargo de haber sudado para nada, pues ante el fracaso minero se dice que ni siquiera se les pagó el jornal ofrecido.
Frente a esta realidad, ¿cuál es la tarea del arqueólogo en una comunidad que es poco receptiva al de los valores culturales? En el caso de Palanda, luego de anunciar la importancia del descubrimiento ante la comunidad científica, el arqueólogo debe volver a la comunidad para afrontar las realidades socioculturales que la envuelven. La primera respuesta que parece evidente es la educación, es decir, brindar la información exacta de lo que significan los vestigios arqueológicos y de su alcance para reinterpretar la historia de la región amazónica. Esto puede producir un cambio en la mentalidad: de la codicia se pasa la curiosidad y de esta a la novelería que puede llevar a la construcción del imaginario que produce el encuentro con una identidad ancestral. El hacer comprender a un pueblo colono que los antiguos habitantes de estas tierras tenían tanta movilidad como la de las poblaciones actuales y que con esas interacciones, la cultura propia se enriqueció y sus valores y productos se transmitieron e irradiaron a zonas muy amplias. Al explicar el alto grado de desarrollo tecnológico, ideológico y hasta estético, que tenían los antiguos pobladores de estas tierras (aparentemente inhóspitas) se despierta un interés más específico en los antiguos logros de este pueblo selvático. La comunidad asimila estos méritos y los asume como parte de su propia identidad, de ellos surge un sentimiento de autoestima, que realza y da un valor agregado al ser miembros de la ahora “histórica Palanda”.
Sin embargo, el trabajo es lento, la transmisión del mensaje no es inmediata, la lección debe repetirse tantas veces como sea necesaria para que cale en la mentalidad colectiva. El primer uso social de la información histórico-cultural es la transmisión de los valores que están implícitos en los recursos patrimoniales arqueológicos. La educación debe llevar a la comprensión del proceso que siguen todos los pueblos en su devenir histórico, siendo la población actual parte y heredera de los saberes ancestrales que se materializan en la grandeza pasada. Por ello es necesario que haya un emponderamiento popular de la identidad milenaria que caracteriza a la región de Palanda. En este sentido, el rol del arqueólogo es abrir el camino hacia la comprensión de cuál es el proceso histórico por el que atraviesa todos los pueblos y la necesidad de lograr una asimilación integral a lo que es su medio ambiente, como escenario privilegiado, ubicado en una zona de transición entre varios pisos ecológicos. Explicar en qué consistieron las interacciones sociales y culturales del pasado y plantearlas como una alternativa vigente para afrontar el futuro puede ser la clave para el desarrollo socioeconómico. De esta manera, las comunidades selváticas que se pensaban marginadas, se ven en la necesidad de conocerse a fondo, para poder mostrarse con orgullo ante la mirada del “otro”. Interacción significa entrar en contacto y actuar con el otro, para conocerse mutuamente, para intercambiar ideas y productos.
En Palanda estas acciones se vieron recientemente reforzadas por la intervención estatal que se dio luego de la declaración del Decreto de Emergencia Patrimonial. Más concretamente, el valor de las “ruinas arqueológicas” se vio incrementado con la mirada y el interés gubernamental para la protección y puesta en valor de los vestigios arqueológicos encontrados en su territorio. La intervención de la Unidad de Gestión del Decreto de Emergencia se dio luego de que la Dirección de Patrimonio del Ministerio de Cultura declarara en emergencia al yacimiento Santa Ana -La Florida en diciembre de 2007. La emergencia se produjo como consecuencia de una creciente inusual del río Valladolid, que provocó el deslizamiento del terreno afectado por el saqueo de agosto del 2003. Las fuertes precipitaciones de la época invernal provocaron además una serie de procesos de erosión irreversibles que amenazaba con el desplome de una buena parte del sitio al río.
La intervención de la Unidad de Gestión consistió en levantar un muro de contención, con gaviones profundos, a lo largo de toda la margen occidental de la antigua terraza fluvial. En complemento a esta acción se levantó una estructura cubierta, de protección, sobre la parte más delicada del yacimiento. Por pedido del equipo de arqueólogos se construyó además, dentro de la estructura, una pasarela elevada que permite la observación de la arquitectura precolombina. El objetivo de esta acción fue convertir al espacio cubierto por la estructura en un área de exposición permanente de los vestigios culturales expuestos por el trabajo arqueológico. La estructura se convirtió entonces en un museo vivo, donde se pueden apreciar los contextos culturales in situ, el trabajo de su recuperación y estudio especializado y además en un área de interpretación, donde se puede inculcar el valor real del recurso patrimonial arqueológico a todos los visitantes. El diseño arquitectónico de la estructura de protección permitió su integración coherente dentro de su entorno ecológico (Foto 1). La transparencia de sus paredes y la ventilación natural de que dispone permiten una adecuada conservación y exposición de los vestigios expuestos. Adicionalmente, el equipo de arqueólogos ha transformado algunos espacios dentro de la estructura, en áreas de interacción cultural, donde la enseñanza y la discusión de los distintos procesos socioculturales tienen un escenario privilegiado.
Las acciones emprendidas para la protección y preservación del sitio no se limitan entonces a la mera puesta en valor del monumento, sino que transforman al yacimiento en un espacio de interacción sociocultural, abierta a la visita turística de propios y extraños. El antiguo paradero arqueológico deja de ser una reliquia y se convierte en un instrumento vivo y dinámico del desarrollo socioeconómico de la región.
Lenin Ortiz afirmó que en Cochasquí, al no usar a la comunidad como una simple fuente de mano de obra, él acuño el término “puesta en valor social”, yendo un paso más allá de lo que postulaba la UNESCO para los sitios patrimoniales. Ortiz definió este concepto como el hecho de que la “la comunidad participe, asuma y administre profesionalmente los bienes culturales heredados” (Ortiz, 2009:24). En la actualidad, inclusive éste término ha sido descartado y se habla más bien del Uso Social de los bienes patrimoniales. Entendiéndose que las comunidades deben participar en el proceso de investigación, preservación, administración y usufructo de los réditos engendrados por los bienes patrimoniales en su territorio. Sin embargo, resulta evidente que en primer término la expresión uso social debe referirse al valor pedagógico que lleva al aprendizaje del valor real que tienen los recursos patrimoniales, y de manera especial los arqueológicos. La noción de uso social no debe limitarse a la puesta en valor estético-social de un yacimiento, sino al transformarlo en un verdadero instrumento de cambio social. Los yacimientos fueron el escenario del quehacer social de los pueblos ancestrales, en ellos se puede leer el proceso de su accionar y sobre todo de sus procesos de cambio y de integración social. La puesta en uso social no debe ser únicamente el efecto cosmético que hace que un sitio sea atractivo o “presentable” para la explotación turística del recurso. Uso social no se refiere a la generación de usufructos económicos, a partir de su manejo o administración del sitio. La primera responsabilidad de un investigador es aprender, explicar y compartir los conocimientos ancestrales y las lecciones modernas que procuran los bienes arqueológicos. Al realizar esta actividad con la comunidad, todos participan en el proceso investigativo y todos comprenden el significado de lo que es un monumento histórico. Así la noción de emponderamiento social de un recurso patrimonial cobra sentido.
Una vez que se ha dado este proceso y la comunidad ha comprendido lo que implica la presencia de objetos y monumentos arqueológicos en su territorio se puede pensar en exponerlos a los visitantes. La idea principal no debe ser el generar un usufructo económico, sino “mostrarlos con orgullo” como una parte de lo que es vivencialmente la comunidad. Al proteger y hacer que los recursos patrimoniales sean atractivos, la comunidad se engalana para mostrar lo mejor de sí. El equipo de arqueólogos que trabaja en Palanda está empeñado en esta tarea, pues la considera prioritaria antes de que el sitio y sus recursos puedan ser administrados con fines turísticos. Es una tarea de la arqueología social que es ante todo participativa en la vida y en la dinámica de la comunidad.
Inclusive, si se trata de turismo comunitario, es indispensable que la comunidad comprenda que los recursos patrimoniales no sólo son objetos proclives a dar un rendimiento económico. En realidad deben ser considerados como valores ancestrales, que son expuestos con el objetivo de enseñar y transmitir el mensaje de la fuerza identitaria de un pueblo que está consciente de su devenir histórico. En este sentido los recursos patrimoniales son íconos de la dinámica y del proceso de cambio sociocultural que vive todos los pueblos. Si la comunidad comprende este mensaje, el uso social de sus recursos patrimoniales puede estar vinculado a dinamizar los procesos productivos y por ende a rendir beneficios socioeconómicos. Estas ideas se están materializando paulatinamente en Palanda, así por ejemplo los iconos ancestrales se incorporan en la imagen que se usa para comercializar sus productos o sus servicios. La compañía de vehículos de alquiler, recientemente formada ha adoptado la denominación de “Los Bracamoros” y a puesto en su logotipo algunas piezas arqueológicas provenientes de Santa Ana -La Florida. La Asociación Agroartesanal de Productores Ecológicos de Palanda y Chinchipe, APECAP, comercializa su café orgánico con una etiqueta donde se ha incorporado la imagen de un bello recipiente precolombino. El mismo que está identificado como Cultura Mayo-Chinchipe y además pregonando “Palanda Patrimonio Cultural y Natural”. Un productor de licor artesanal también ha incluido dos piezas líticas en su etiqueta, identificándolas como piezas arqueológicas de la amazonía ecuatoriana. Proclama además que su producto es “del Chinchipe, tierra generosa como su gente, NOMEB, es parte de una identidad que representa lo profundo de este cantón”. Los objetos ancestrales son desde ya tomados como símbolos de calidad, de pureza y en definitiva de la identidad cultural de esta región amazónica (Foto 2).
Si la mentalidad está cambiando, entonces el terreno se prepara para la incorporación de un programa de turismo comunitario que agencie el flujo de visitantes hacia los recursos patrimoniales naturales y culturales. Este paso es indispensable ya que, como dice Esteban Ruiz en su análisis de la Comunidad de Agua Blanca, Manabí (2009), la simple incorporación del turismo puede destruir la dinámica interna de una comunidad campesina. El turismo significa un cambio cultural, una nueva actividad económica que aumenta las diferencias al interior del grupo. El turismo comunitario, en cambio fortalece la comunidad, ya que Comunitario implica pensar juntos, construir un sentido juntos. En las comunidades los individuos son iguales y la preparación de un programa de turismo comunitario puede dar un nuevo contenido a su propio funcionamiento. Esto redunda en la apropiación de la comunidad de su patrimonio y de su naturaleza. El turismo solo es posible con la participación de toda la comunidad, si sienten que tienen un museo que es de todos, unas ruinas arqueológicas que son de todos, el espíritu de cuerpo social se fortalece. Si esto se logra, el esfuerzo comunitario exigirá también la acción de las autoridades competentes para que los recursos patrimoniales sean protegidos y preservados, pues resulta evidente que el rol del estado y de las autoridades seccionales es fundamental para el buen manejo y la preservación de los recursos patrimoniales. En este esfuerzo hay otra responsabilidad que está implícita, y ésta es la capacitación de al personal de los municipios en el manejo patrimonial. Evidentemente este es un proceso de largo aliento y preparar el terreno toma tiempo. Sin pretender ser demasiados idílicos, hay que insistir en el hecho que del patrimonio no se come, con orgullo se pueden generan proyectos, pero hay que canalizarlos con el apoyo del estado, apuntalando el esfuerzo colectivo y sobre todo reforzando el tejido social para consolidar el sentido de organización comunitaria, el sentido de solidaridad y de identidad.
En Palanda parece que el ciclo se está completando y por ello se puede pensar que la arqueología está cumpliendo su verdadero uso social.
Nota
1. Informe de avance del proyecto “INVESTIGACIÓN Y PUESTA EN VALOR DE LOS RECURSOS PATRIMONIALES EN LA FRONTERA SUR: PALANDA, PROVINCIA DE ZAMORA CHINCHIPE” elaborado por la UTPL al Ministerio de Cultura, 2009.
Referencias
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Ruiz Ballesteros, Esteban, 2009, Agua Blanca, comunidad y turismo en el Pacífico ecuatorial, Abya Yala, Ministerio Coordinador de Patrimonio Natural y Cultural, Quito.
Taylor, Anne Christine, 1988, Las Vertientes Orientales de los Andes Septentrionales: de los Bracamoros a los Quijos. in Al Este de los Andes. Relaciones entre las Sociedades Amazónicas y Andinas entre los siglos XV y XVII, eds. F.-M. Renard-Casevitz, Th. Saignes y A.-C. Taylor, Tomo II, Abya Yala – IFEA, Quito.
Valdez, Francisco, 2007a, El Formativo Temprano y Medio en Zamora Chinchipe, in Reconocimiento y Excavaciones en el Sur Andino del Ecuador. D. Collier y J. Murra, (Malo, B. ed.), pp. 425-465, Casa de la Cultura núcleo Azuay, Cuenca.
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— 2008b, Mayo Chinchipe, el otro Formativo Temprano, Miscelánea Antropológica Ecuatoriana Segunda época 1: 170-197.
Valdez, Francisco, Jean Guffroy, Geoffroy de Saulieu, Julio Hurtado y Alexandra Yépez, 2005, Découverte d’un site cérémoniel formatif sur le versant oriental des Andes. C. R. Paleovol 4: 369–374.
QUIERO CONOCER IMAGENES DEL CENTRO DE SALUD DE SANTA ANA DEL CANTON PALANDA PROVIMCIA DE ZAMORA CHINCHIPE,
Favor acercarse a la municipalidad o a la prefectura de la provincia.